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El MISTERIOSO POLVO AZUL

El 23 de octubre de 1987 murió la niña Leide das Neves Ferreira. Para muchos de nosotros desconocida, pero para los anales de la radiología nuclear, el nombre de esta niña de 6 años nos debe recordar que la radiación (independientemente de su naturaleza) no es un juego de niños.




Después del desastre nuclear en Chernobyl en 1986, se estima que el accidente nuclear en Goiania (Brasil), fue la mayor catástrofe.

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Esta triste crónica comienza así.

En septiembre del año 1987, dos chatarreros en su obligación de sostener a sus familias ingresaron a un edificio abandonado propiedad del Instituto de Radioterapia de Goiana en busca de metales inservibles con el fin de poder venderlos y obtener algo de dinero.


A punta de martillazos y golpes, lograron despedazar unas viejas máquinas de teleterapia y recopilar así casi 500 kilos de metal. Lo que ellos no sabían era que dentro de los equipos destruidos, se escondía un pequeño contenedor cargado de cloruro de Cesio, un peligroso componente radiactivo que emitía una misteriosa y fluorescente luz azulada, capaz de llamar la atención de cualquier niño, incluso, de cualquier adulto.


Quien compró el metal reciclado pudo romper la cápsula que aislaba el cloruro de Cesio del exterior, siendo este el desencadenante de una catástrofe nuclear sin precedentes en Suramérica.


Fascinado con la luz que emitía este polvo azul, el nuevo propietario quiso compartir su adquisición con la familia y los vecinos de su barrio, quienes asombrados de la belleza de aquella luz, decidieron maquillarse la cara con polvos luminosos, al tiempo que la pequeña Leide jugaba con el polvillo mientras merendaba algunas golosinas.


A las 48 horas, después de presentar vómitos, fiebre inexplicable, quemaduras severas en todo el cuerpo y edema generalizado, los recicladores que ingresaron al edificio abandonado murieron. Las autoridades de Goiana, sin respuestas a lo acontecido, comenzaron la ardua tarea de investigar las causas del fatídico desenlace que ya cobraba la vida de varios moradores locales.


Finalmente, tras conocerse en detalles la contaminación severa causada por el cloruro de Cesio, y casi un mes después, el 23 de octubre de 1987, la niña Leide muere a causa de la radiación excesiva recibida. Su triste desenlace quedó registrado en la historia de la medicina como la única persona en el mundo en ingerir Cesio.


Muchos cuerpos fueron sellados en ataúdes de plomo y enterrados a varios metros de profundidad bajo gruesas capas de concreto y hormigón. En el sepelio de estas víctimas, muchos ataúdes fueron apedreados en señal de protesta y aborrecimiento a que este nefasto suceso nuclear se presentara a pocos metros de sus viviendas.


El resultado final: 60 muertos y 6.000 contaminados.


Esta triste y lamentable vivencia protagonizada por una pequeña población en Brasil, nos debe siempre traer a memoria que la radiación debe ser tenida como un riesgo potencial y globalizado para nuestra salud y para nuestro entorno. Y, aunque en manos idóneas y responsables el material radioactivo puede traer grandes beneficios a la comunidad científica, los riesgos a su exposición no deben ser nunca subestimados. ¡NUNCA!

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